lunes, 14 de noviembre de 2011

Las feroces guerras carlistas.

Las guerras carlistas habían prestigiado tanto a algunos generales que se animaron a participar en política. Había dos ideologías oficiales: moderados y progresistas. Los moderados eran gente de orden, burguesía acomodada y partidaria de la corona; los progresistas eran la clase media de menos lustre, dispuesta a esgrimir la amenaza revolucionaria de los trabajadores para conseguir su cuota de poder.
 

El general Espartero (el del caballo famosamente dotado) se convirtió en cabeza de los progresistas, pero los decepcionó, y muchos de ellos buscaron refugio bajo el espadón de su rival, el general Narváez. A todo esto, los carlistas no dejaban de incordiar, pero a pesar de que dominaban extensas comarcas campesinas carecían de fuerza suficiente para someter las ciudades. El propio don Carlos fracasó en su intentó de hacerse con Madrid, y su general más importante, Zumalacárregui, murió cuando sitiaba Bilbao, poco después de que su cocinero inventara la tortilla de patatas. El hallazgo de esta fórmula culinaria fue cuanto de bueno trajo una guerra tan absurda y cruel. El armisticio se precipitó cuando el general carlista Maroto, rebelado contra los meapilas que rodeaban a don Carlos, pactó la paz con Espartero en el famoso abrazo de Vergara.
 
Las guerras carlistas costaron trescientos mil muertos, más o menos lo que la guerra civil de 1936, y no resolvieron nada; más bien aplazaron el problema del enfrentamiento entre liberales y conservadores hasta 1936. Lo que sí acarrearon fue otras consecuencias. Los militares se fueron engolosinando con el mando y con las sinecuras ministeriales y altos cargos. Dado que la tarta nacional no alcanzaba para todos, los descontentos se erigieron en oposición progresista. Sucedió una época de inestable paz, en la que el país se recobró lentamente, aunque de vez en cuando se levantaba con el sobresalto de pronunciamientos de generales progresistas (pronunciamiento una palabra que hemos legado al vocabulario internacional, junto con siesta, guerrilla, desesperado y algunas otras, ninguna buena, salvo siesta). Entre los progresistas nació, en las principales ciudades, un partido democrático, de ideología revolucionaria, que aspiraba a destronar a Isabel.