Cuentan las malas lenguas, y tambien las buenas, que Isabel fue una niña algo corta de entendederas y de educación tan descuidada que era prácticamente analfabeta. En lo que resultó precoz fue en el sexo; en parte, porque había heredado el carácter ardiente y lujurioso de la familia y, en parte, porque la corrompieron sus propios tutores.
A los trece años, declararon su mayoría de edad y, a los dieciséis, la casaron con su primo Francisco de Asís, ocho años mayor que ella. Doña Paquita, pues así llamaban a don Francisco de Asís, era un bisexual notorio, escorado a maricón y voyeur. ¿Qué puedo decir -se lamentaba Isabel- de un hombre que en nuestra noche de bodas llevaba más encajes que yo? El pueblo, con mordaz ingenio, lo apodó Pasta Flora y Doña Paquita. El pueblo, castizo pero no tonto, pronto le sacó cantares: "Gran problema es en la Corte / averiguar si el Consorte / cuando acude al excusado / mea de pie o mea sentado."
A los trece años, declararon su mayoría de edad y, a los dieciséis, la casaron con su primo Francisco de Asís, ocho años mayor que ella. Doña Paquita, pues así llamaban a don Francisco de Asís, era un bisexual notorio, escorado a maricón y voyeur. ¿Qué puedo decir -se lamentaba Isabel- de un hombre que en nuestra noche de bodas llevaba más encajes que yo? El pueblo, con mordaz ingenio, lo apodó Pasta Flora y Doña Paquita. El pueblo, castizo pero no tonto, pronto le sacó cantares: "Gran problema es en la Corte / averiguar si el Consorte / cuando acude al excusado / mea de pie o mea sentado."
Creció Isabel, más a lo ancho que a lo alto, y se convirtió en una reinona gorda y fofa, castiza y chulapona, hipocondríaca y fecunda, que trasegaba fuentes de arroz con leche como el que come aceitunas. Tuvo Isabel once hijos, de los cuales le vivieron seis. Los historiadores han echado cuentas y al parecer los que nacían muertos o morían lactantes eran los que engendraba de su primo y esposo. Los otros los tuvo con distintos amantes; el primero, una niña, del apuesto comandante José Ruiz de Arana, y el siguiente, un niño, el rey Alfonso XII, del bizarro capitán de ingenieros Enrique Puig Moltó. Más adelante, tuvo otras tres niñas de su agraciado secretario particular, don Miguel Tenorio de Castilla.
Sepa el escéptico y quizá algo sorprendido lector que desde el punto de vista dinástico no es mayor problema que Alfonso XII fuera hijo adulterino, pues, como se sabe, la ley española, fiel al código napoleónico, sostiene que todo hijo nacido dentro del matrimonio tiene por padre al marido. Ahora, con tanta prueba genética, no sabemos en qué acabará la cosa. Por cierto que, para que se vea el carácter llano y borbónico de la reina, al ginecólogo que auscultándola predijo que estaba embarazada de un varón (Alfonso XII) le concedió el título de marqués del Real Acierto.
Dos influencias predominantes hubo en la corte de los milagros, como se llamó despectivamente a la de Isabel II: el confesor de la reina, el padre Claret, un minúsculo y enjuto clérigo, atormentado a causa de la permisividad sexual de los nuevos tiempos, y sor Patrocinio de las Llagas, una monja histérica y falsaria, que había sido procesada por fingidora de milagros y que, aprovechando que la reina, simplona y entregada, era incapaz de negarle un favor, se convirtió en una pía agencia de empleo, que colocaba a sus recomendados en los mejores puestos de la administración pública (haciendo con ello desleal competencia a la reina madre).
J. Eslava Galán: "Historia de España para escépticos".